ADVERTENCIA Si piensa ver esta película en algún momento, NO lea esta reseña.
Qué me tragué: Medianoche en París (2011) de Woody Allen. Un escritor norteamericano encarnado por un atolondrado y romántico Owen Wilson viaja con su prometida y sus futuros suegros a Paris. El protagonista desea quedarse a vivir en París, recordando lo que para él supone la mejor época para el arte: los años 20, lo cual choca con los intereses de su novia y su familia política que le ven como un desgraciado muy por debajo de lo que merecería su hija. Gil, el escritor, comenzará a vivir aventuras nocturnas que le llevarán muy cerca de sus fantasías.
Porqué: Porque sigo el cine firmado por Woody Allen y por la adoración que profeso a la ciudad de París.
Qué tal digestión hice: Hermosa y reposada. Ya desde el comienzo, la película es una canción de amor a la ciudad de la luz, con unas instantáneas de la urbe mecidas al ritmo de un jazz delicioso que nos mete rápido en harina. Pese a que la película trata melancólicamente de la búsqueda inútil de una era ideal y de lo incompatibles que somos con nuestro propio presente, deja un hermoso resto de amor por la literatura, la música y la pintura. Adorable Marion Cotillard, una Kathy Bates a medida y un montón de secundarios de lujo que juegan al corro de la patata alrededor del protagonista. Muy loable esa manera de viajar en el tiempo sin hacerlo pasar por acontecimiento, sino como algo que se asume de manera natural. No es necesario ser un gran entendido, quizá sólo aficionado, para comprender los diferentes guiños de la película (todos esos personajes que asaltan a Gil, la música de Cole Porter) y, sobre todo, asistimos a la celebración de una ciudad que lo contuvo todo. En palabras de Hemingway París es una fiesta móvil y en palabras de Vila-Matas París no se acaba nunca.
Qué hubiera dicho mi madre: Qué películas más poco graciosas hace el woody éste. Y menudo lío, ya no sé si están aquí o allá.
Puntuación: 9 / 10
Me lo trago todo 